“¡Suéltame pasado!”, Les Luthiers y la economía
En “La Tanda”, uno de los opus más recordados de Les Luthiers, se refieren a una mujer, atrapada por su pasado, ante lo cual uno de los músicos le atribuye exclamar lo del título.
A propósito del reciente episodio referido a la exportación de ganado en pie, recordé ese pasaje, dado que el titular del MGAP se mostró atrapado por un pasado que a nuestro país le hizo mucho daño, por aplicar políticas que insólitamente tuvieron un revival allende el Plata en la mayor parte de lo que ha transcurrido de este siglo. Y que terminó muy mal, previsiblemente, como cuando se lo aplicó por primera vez, a mediados del siglo pasado. O peor, todavía, por tratarse esta vez de un caso aislado, retrógrado, que ni siquiera podía excusarse en una moda de ocasión, como entonces.
Se trata de políticas retrógradas, lo que no es un insulto sino un concepto que la RAE define como “instituciones políticas o sociales propias de tiempos pasados”. También define como retrógradas a las personas partidarias de ellas. Como hemos visto muchas veces en este espacio, las malas políticas, como la referida, tienen su origen fatalmente en alguna(s) de las siguientes cuatro íes: ideología, ignorancia, idiosincrasia o intereses creados.
Y el episodio de marras me llevó a releer de qué se trató lo ocurrido en Uruguay (y en la región) hace algo menos de un siglo con epicentro en la política de industrialización mediante la sustitución de importaciones (ISI), que se inició en los 30 y tuvo su esplendor desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los 50. Veamos.
Con la ISI se procuró desarrollar la industria nacional de bienes cuya importación se prohibió. Para ello, se dio a los industriales créditos largos y baratos del Banco República, tipos de cambio preferenciales (más bajos) para importar insumos, repuestos y equipos, tarifas subsidiadas de servicios públicos, reducción de impuestos internos y otras canonjías. Subsidios por doquier que, como del cuero salen las lonjas, debieron financiarse de alguna manera: gravando a las exportaciones tradicionales de origen agropecuario que, a la sazón, recibían precios extraordinarios por las guerras (la Segunda Guerra Mundial y después, la de Corea). También en este caso se usaba un sistema de tipos de cambio múltiples para detraer recursos al agro, en un régimen de control de cambios que allegaba las divisas al BROU, que cumplía entonces las funciones de un banco central.
El Estado, de ese modo, redistribuía ingresos del agro hacia la industria, del campo a la ciudad. Esto último, coadyuvó al despoblamiento de la campaña. Una política así diseñada, deba ventaja a la industria por sobre el agro para competir por los factores de producción, el trabajo y el capital, pudiendo de ese modo pagar mejores salarios y acceder a más créditos. Salarios propios de una economía cerrada que estaban destinados a ajustarse cuando la fantasía terminara.
De este modo, industriales y sindicatos eran “socios” en la exacción del agro, promovida desde el Estado. También, y esto pasaba más inadvertido por la dispersión de los afectados, aquellos expoliaban al consumidor, que debía pagar más por menos calidad.
Pero el “reparto” de beneficios no quedó en los industriales y los sindicatos de las industrias. También se aprovechó la apropiación de esa renta para extender el estado de bienestar con nuevas leyes con sentido social: en los 40 se crean los Consejos de Salarios con indexación salarial y las Asignaciones Familiares y a inicios de los 50 la Ley Madre.
El final de una política como la ISI estaba implícito en su propio nacimiento. Al destinarse la producción sólo al mercado interno, y más en uno de escasas dimensiones, tarde o temprano se llegaría al máximo de producción posible, acotado, pequeño, sin economías de escala. Además, el final se precipitó por la vuelta a la normalidad de los precios de las materias primas con una Europa reconstruida tras la Segunda Guerra, lo que se acentuó con el final de la de Corea.
Mientras duró, hubo muchos beneficiarios de la ISI, y quedó la ilusión de que se trataba de un camino posible que no terminó por equivocado sino por conspiraciones y otras pamplinas (aquello de que nos compraban baratas las materias primas y nos vendían caros los productos terminados sin que hubiera fundamentos para ello). Quizá por ello quedó latente en esta parte del mundo, por décadas, hasta que reapareció en la Argentina K en un contexto similar al de otrora, con super precios de exportación que permitieron volver a la extracción de rentas agropecuarias (todavía hoy, en la Argentina de Milei, la mayor parte de cada camión de soja se la queda el Estado).
Latente en cuanto a la aplicación de políticas en ese sentido y muy presentes en las cabezas y los corazones de muchos ciudadanos y de políticos que bien los representan.
Lo cierto es que cuando la vaca dejó de dar leche, el Estado ya no pudo sostener su política y el castillo de naipes de desplomó. Lo que siguió es conocido, el relevo de partidos en el gobierno y los movimientos sociales que, si bien fueron alentados desde fuera, se apalancaron en la estanflación. Porque además del estancamiento propio del agotamiento de la ISI, vino la inflación de la mano de una emisión destinada a “generar los recursos” que ya no daba la exportación de producción agropecuaria.
¿Cómo es posible que habiendo pasado tanto tiempo y habiéndose comprobado el fracaso de una política, ella siga vigente en muchos ciudadanos y sus representantes? ¿Será por lo mismo que se suele asociar producción con chimeneas y no con servicios? ¿Será porque se cree que el ganado se reproduce solo, como en tiempos de Hernandarias? ¿Será porque de la historia sólo se recuerda la visión idílica de quienes fueron sus beneficiarios y se descarta a un sector que se considera “poderoso” (o “malla oro”, hoy día) y a los tres millones de consumidores sin lobby?
Para todos aquellos, como el titular del MGAP, que temo que no sean pocos en el actual elenco de gobierno, lo del título.