En primera persona: “Que 20 años no es nada…”
Hace 20 años, el 5 de diciembre de 2005, publicaba mi primera columna en este suplemento. Son, por lo tanto, algo más de 500 desde entonces. La titulaba “En primera persona” y hoy retomo ese título, con el agregado de más arriba, tomado del célebre tango “Volver” de Gardel y Le Pera.
¿Cómo era el país hace 20 años? ¿Qué pasó desde entonces? ¿Cómo es nuestro país hoy día? ¿Cuánto cambió su agenda de pendientes?
A finales de 2005 terminaba el primer año del primer gobierno del Frente Amplio y había quedado atrás la mayor crisis económica y financiera de nuestra historia, si bien salarios, empleo y jubilaciones distaban todavía de los máximos previos a la recesión iniciada en 1999 y seguida por la crisis de 2002. Ese gobierno buscaba pagar esa “deuda social” y, de la mano de un viento de cola que había comenzado en 2003 y soplaría fuerte por una década insuflando el precio de las materias primas, lo estaba haciendo.
Tanto la salida de la crisis a cargo del gobierno de Jorge Batlle, como la transición desde los gobiernos de los partidos fundacionales al del Frente, se habían realizado ordenadamente.
El primer gobierno de Tabaré Vázquez fue, además, reformista. Tanto el sistema tributario como el de la salud fueron objeto de ajustes importantes. En el primer caso, con la introducción, después de décadas, del IRPF, y el segundo, extendiéndolo a toda la población. Otro hito de ese gobierno fue el inicio del acceso a los mercados globales de deuda, con títulos en moneda nacional (UI).
Luego vino el gobierno de José Mujica donde se siguió usufructuando del viento de cola global hasta que cesó sobre el final del período, pero antes, desde su segundo año, empezó a haber rachas fuertes desde Argentina con la reaparición del dólar paralelo. A pesar de ello, la nave se mantuvo en piloto automático y empezó a zarandearse en zona de tormentas. Fueron tiempos de equipos paralelos en el área de la economía.
El tercer gobierno del FA debió subir impuestos en contra de promesas y juramentos pre electorales y no tuvo más remedio que pasarle factura a su antecesor. No ajustó sus coordenadas de vuelo lo suficiente como para encaminar la nave en las nuevas condiciones del entorno. Ejemplo de ello fue el mantenimiento del salario real creciendo más que el PIB al costo de una creciente pérdida de puestos de trabajo (más de 50 mil en el quinquenio).
El común denominador a los tres gobiernos del FA, factótum de su prudencia y del mantenimiento de las reglas de juego del Uruguay tradicional fue Danilo Astori, que resultó decisivo para que el FA fuera gobierno al menos en los dos primeros turnos.
El cuarto gobierno de la veintena mostró el retorno de los partidos fundacionales, gobernando en coalición junto a otros. Debió enfrentar la crisis sanitaria global más importante en un siglo y lo hizo bien, de la mano del concepto de “libertad responsable” impulsado por el presidente Luis Lacalle Pou.
Emprendió una reforma del sistema previsional, lo que denota coraje en un mundo bastante pusilánime, pero ella terminó “aguada”, según palabras del propio presidente, por la razón del artillero: la cuenta de los votos en el Parlamento. También se inauguró una nueva institucionalidad fiscal, si bien se terminó el período con una situación fiscal peor que la recibida.
En el tramo final de ese período la inflación abandonó su “zona de confort” en torno al 8% y se metió dentro del rango meta con techo en el 6%.
Finalmente, tenemos el primer año del quinto gobierno, del presidente Yamandú Orsi, que ha avanzado en materia de inflación llevándola al centro del rango meta (4,5%) y se encuentra en proceso de aprobación de su presupuesto quinquenal. Se avanzó también en materia de desindexación de los salarios. Y se plantea (una vez más, y van…) la convergencia hacia una situación fiscal más sólida hacia el final del período, sobre la base de más ingresos, en parte por nuevas fuentes impositivas.
En estos 20 años la inflación promedió 7,5% y la economía creció al 3,1% anual. Mientras tanto, el déficit fiscal se ubicó en 2,8% del PIB en el promedio de los últimos 20 años y en 4,1% en el promedio de los últimos diez. Al cierre de estos 20 años, la inflación se ubica bien por debajo del promedio referido, en 4,3%, mientras que el PIB está creciendo menos (2,3%) y el déficit fiscal es mayor (4,6% del PIB).
Pero ese crecimiento económico no fue parejo: se ubicó en 4,8% anual en la primera mitad (de viento de cola) y en 1,4% anual en la segunda. Prueba de que crecemos si el viento nos ayuda pero que no lo hacemos si hay calma. Pasa el tiempo y seguimos sin ponerle motor a nuestro velero de modo de poder crecer por las nuestras.
Y esto último es quizá lo más importante. Como se vio, en estos 20 años se introdujeron reformas que quienes vinieron después, no tocaron. Pero no hubo de esas reformas que mueven la aguja en materia de crecimiento económico. ¿Acaso es muy distinta la tasa actual de crecimiento de largo plazo de la economía de la de entonces?
El país ya se venía encareciendo en dólares a finales de 2005, al dejar atrás un país en crisis. Pero ese proceso de encarecimiento, con subidas y bajadas, se encuentra hoy en uno de sus máximos relativos en décadas. Para que las inversiones rindan, se les debe dar beneficios impositivos, renuncias tributarias y zonas francas, o sea, tratamiento VIP.
La evolución de los indicadores económicos no reconoce fronteras entre gobiernos de partidos o coaliciones diferentes. Tampoco hay diferencias en políticas tales como la gestión de la deuda pública (donde hasta se mantiene a los jerarcas “heredados”) o la referida a la promoción de la inversión.
No hay diferencias sustanciales (más allá de palabras y énfasis) entre los sucesivos gobiernos, que parecen satisfechos del rumbo y la velocidad. Y del velero al que no le han puesto motor.
Aunque el tango diga que 20 años no es nada, lo que puede ser cierto para un país, 20 años es mucho tiempo para cada uno de nosotros. Y es una pena que nuestros gobernantes no sepan, no puedan o no quieran aprovecharlos.


