Argentina: ni Milei ni su dolarización
Más allá del resultado en casi tercios, Javier Milei fue el gran ganador de las PASO porque votó considerablemente mejor de lo esperado (más de 10 puntos), principalmente en detrimento de la oposición tradicional, que no supo capitalizar la crisis. Aunque Milei ya había ganado al imponer la agenda de discusión pública, desplazando al auto denominado progresismo, que es quien habitualmente la escribe.
En el tercio de votos que obtuvo Milei hay de todo: desde ciudadanos pobres que vienen del Kirchnerismo hasta los que están en el otro extremo de la escala socioeconómica y, obviamente, quienes profesan ideas liberales (posiblemente los menos).
Pero Milei no es un liberal cabal, apenas lo es en materia económica. No lo es, ciertamente, en cuestiones sociales y culturales y su talante deja muchas dudas acerca de que lo sea en materia política.
Lo que posiblemente una a votantes tan diversos es el contexto en el que se da su gesta electoral. Una Argentina estancada, cuyo PIB de 2023 habrá caído 2% en términos absolutos y 10% en términos per cápita en 10 años; con una inflación desorbitante para los tiempos que corren y que está a un paso de la híper (el paso que se daría si se desplomara la demanda de dinero, como suele ocurrir ante casos como el actual); y con una pobreza que se acerca al 50% de la población pero que supera ese mojón en el caso de los menores de edad. Y, por sobre todo, la resultante falta de ilusión sobre un futuro promisorio, con ascenso social. Impresionante cosecha del populismo que gobernó en 16 de los últimos 20 años.
Por la dinámica electoral argentina, tras las elecciones de octubre el partido de Milei será la tercera fuerza en ambas cámaras, con entre un quinto y un sexto de las bancas. ¿Cómo haría para llevar adelante su agenda de gobierno, que se caracteriza por propuestas disruptivas y anti sistema, con tan magro respaldo? ¿Cómo podría acordar con quiénes critica hasta el nivel del insulto? Acuerdos que, por otra parte, implicarían diluir o abandonar capítulos enteros de su programa. ¿Están las palabras “negociar, ceder, acordar” en el diccionario de Milei? ¿Va a intentar formar una coalición clásica, con todo lo que ello implica, o va a actuar como un bulldozer? Las dificultades en materia de gobernabilidad son el principal factor de incertidumbre que genera un eventual gobierno de Milei.
En Uruguay, nuestro presidente da lecciones cada día de lo que implica gobernar en coalición: negociar, ceder, acordar, sí, y, por sobre todo, exhibir una paciencia infinita, a veces incomprensible para quienes no somos políticos. Imagino que no ha de estar feliz con las numerosas prendas del apero que ha debido ir dejando por el camino, pero de eso se trata la política, donde mandan los votos. Los presidentes no hacen lo que quieren sino lo que pueden.
Yo no imagino a Javier Milei procediendo de ese modo ante un panorama que es infinitamente más complejo que el uruguayo. Milei es un brillante productor de eslóganes marketineros más que de propuestas viables de gobierno y exhibe un fundamentalismo y una intransigencia más propios de las religiones que de la política y la economía. Si bien, recientemente, ha comenzado a moderar su discurso, cumpliendo con el “Teorema de Baglini”, que sostiene que al acercarse al poder los políticos suelen moderar sus propuestas.
La más notoria de sus propuestas es la referida a la dolarización de la economía, que consiste en remplazar totalmente la moneda nacional por el dólar.
En mi opinión, si se hiciera todo lo necesario para hacer viable una dolarización, ya no sería necesario dolarizar: un ajuste fiscal contundente (donde el “costo de la casta” son apenas monedas frente a lo que se necesita), un considerable ajuste de precios relativos (con una compleja unificación cambiaria y la puesta al día de los precios de servicios públicos), y el inicio del camino hacia la flexibilización de la economía, mediante reformas estructurales, que permita elevar la tasa de crecimiento a largo plazo. Con eso, más legislación sobre un banco central independiente del gobierno de turno y sobre la prohibición de asistencia financiera del Central al Tesoro, no sería necesario dolarizar.
Además, la dolarización no es en sí misma una buena política. En un reciente evento de FIEL, el economista Martín Tetaz destacó la falta de correlación entre los ciclos económicos de Argentina y Estados Unidos, así como la muy baja integración económica entre ambos países, aspectos que serían convenientes para compartir una misma moneda. Adoptar una moneda extranjera como propia implica acompañar los efectos de los shocks exógenos que reciba la economía mayor con lo que eso conlleva en materia de fortalecimiento y debilitamiento relativos de esa moneda. Más aún, cuando los shocks que reciba la economía menor puedan ir a contramano de aquellos.
Por otro lado, adoptar una moneda extranjera como propia no evitaría tener que mantener una situación fiscal y de deuda pública muy cuidadosa, ya que se perdería la soberanía monetaria pero no la fiscal. El caso de la convertibilidad en Argentina y los de países mediterráneos en Europa, dan pruebas de las consecuencias de eventuales inconsistencias en ese sentido.
Ni una presidencia de Milei ni su propuesta estrella serían convenientes para nuestro vecino. Tampoco lo serían para nuestro país en la medida en que mantendrían a la Argentina en una zona de turbulencia política y económica que hoy, una vez más, estamos viviendo y padeciendo.
Una presidencia de Milei daría lugar a que la infalible “ley del péndulo” llevara a nuestros vecinos de un extremo al otro… permaneciendo en el lugar donde los extremos se juntan.